Aún así queda flotando la crítica de que se discrimina al África, de por qué no hay más imputados de otros puntos del planeta donde también suceden feroces quebrantos de los derechos humanos. Al respecto, debemos recordar que la CPI se activa cuando un caso le es referido por un Estado Parte del Estatuto de Roma o por el Consejo de Seguridad, o también cuando el Fiscal de la Corte instruye investigaciones según las directrices del Estatuto. Tomando esto en cuenta y sin dejar de reconocer la particular magnitud de los problemas africanos, las objeciones a la CPI conciernen a fin de cuentas a que los Estados y el Consejo de Seguridad no remiten a la Corte casos que atañen a otras regiones, así como también al limitado ejercicio de la facultad de la Fiscalía de la CPI de empezar investigaciones “motu proprio” con respecto conflictos no africanos.
Aún cuanto el desbalance de encausados frente a otras regiones sea evidente, no faltan situaciones que ameriten ser investigadas dentro del continente. Pese a que varios países no hayan estado involucrados en brutales conflictos armados y violaciones masivas de derechos humanos, África ha sufrido múltiples guerras internas e internacionales en décadas recientes. Tras los procesos de independencia de los años sesenta y setenta, se registran cerca de 30 conflictos armados de magnitud en la región. Las hostilidades causaron millones de muertes de manera directa y provocaron indirectamente muchos millones más de víctimas por desnutrición, epidemias y falta de cobijo. Así ocurrió en las Guerras del Congo, los más sangrientos conflictos desde la Segunda Guerra Mundial, que entre 1996 y 2003 involucraron a nueve países y, cuando terminaron, habían segado casi 5 millones de vidas y provocado 10 millones de refugiados y desplazados. Muy poca gente, sobre todo fuera de África, advierte las dimensiones de las tragedias del continente. Otro caso: en 1994, durante el genocidio de Ruanda, 800 mil tutsis fueron asesinados por extremistas hutus, un número de víctimas proporcionalmente equiparable –si se considera el lapso que duró la barbarie- al Holocausto judío en manos de los nazis.
La premisa de los viajeros sin pantalones es ingresar al tren como si fuera un día cualquiera. Los organizadores de la celebración piden que todo aquel que quiera participar debe hacer principalmente dos cosas: Llevar un material de lectura o entretenimiento, como un diario, crucigrama, o libro y cuando se le pregunte que pasó con sus pantalones, responder de manera natural: “creo que los olvidé”.
¡Afuera los pantalones! Hoy cientos de excéntricos abordan el sistema de metro de las principales ciudades del mundo en ropa interior. No, no es un sueño raro, es la celebración del ridículo, que tiene como objetivo: romper con la cotidianeidad provocando risas.
No todos los gobiernos ni la gran mayoría de organizaciones africanas defensoras de los derechos humanos han apoyado las críticas a la CPI. Unos y otras han recordado que, a excepción de Kenia, los casos han sido referidos a la Corte precisamente por Estados africanos y, en dos instancias (Libia y Sudán), por el Consejo de Seguridad. Las ONG han subrayado, además, que la inmunidad de los altos dignatarios no les coloca por encima de la ley ni anula su responsabilidad por ilícitos cometidos en ejercicio del poder.
Baltimore, Boston, Chicago, Portland, San Francisco, Salt Lake City, Washington D.C., son algunas de las ciudades en las que no solo se celebra el ridículo, sino también las ‘agallas para hacer el ridículo’.