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¿Tumbar a un gobernador resuelve el problema, se han preguntado muchos incluso la atribulada dirigencia perredista, cuando el país sigue igual? ¿ Seguirán en la lista el Estado de México, Puebla, Tamaulipas, Sonora, etcétera? En el epílogo del libro, el autor llega a una conclusión sombría “¿Para que ha servido al pueblo –se pregunta- el derrocamiento de esta larga serie de políticos por el gigantesco poder de la Federación? ¿Qué se ha ganado con el río de sangre derramado en la lucha contra las imposiciones?”.
En su libro ¡Cayeron! (Editorial Calyso, 1979) 67 gobernadores derrocados 1929-1979, el escritor sonorense Carlos Moncada Ochoa atribuye a la tríada impuesta por Calles el derrumbe más impresionante de gobernadores en el país. Y Guerrero, el estado donde ha habido más muertes. Y eso que no se incluyen los muertos de los últimos años y los de las fosas que acaban de ser descubiertas. En una amplia investigación matizada con los conocimientos jurídicos del autor, que se convirtió en objeto de consulta, el también periodista norteño secciona las caídas según el presidente en turno y la define como una crónica de los gobernadores desaparecidos, desconocidos, desaforados y obligados a renunciar o a pedir licencia . En este último caso lo hicieron hasta esa fecha, como Aguirre, 16 gobernadores. Parece que en el despeñadero de gobernadores, no se ha tomado en cuenta la soberanía de los estados y ha tenido mucho que ver el dedazo que se imparte desde el centro, amo y señor del federalismo. El autor cuestiona en el prólogo de la obra la facultad que ejercen el Senado, la Comisión Permanente y las legislaturas de los estados para desconocer los poderes de esas entidades y desaforar gobernadores.
En el lapso que se investiga once fueron desaforados y a uno lo corrió el Senado en el régimen de Portes Gil, a siete los desconoció y a otro lo revocó, todo en diferentes presidencias. Hubo además, desconocimientos de la Comisión Permanente y de las legislaturas locales. De los analizados alrededor de una decena optó por la salida “digna” de la licencia como ahora lo hecho Aguirre presionado por la grave situación que vive Guerrero. La historia del priísmo nos ha mostrado que la urgencia política de recuperar un estado ha pasado sobre todas las circunstancias legales sin obviar a sus propios correligionarios. Ha sido un sistema caníbal. Yo recuerdo la forma como fue defenestrado Carlos Armando Biebrich en Sonora durante el sexenio de Echeverría, tras la muerte violenta de siete campesinos en Río Muerto (Biebrich narró el suceso en el libro Historia de una infamia) El que había sido el niño dorado del régimen, subsecretario de Gobernación y motivo de un cambio urgente de la Constitución para que pudiera acceder a la gubernatura del estado, fue sacado abruptamente del poder por no coincidir con el dedazo que favoreció a López Portillo. El estaba por Moya Palencia para la presidencia, lo que le auguraba el ascenso futuro. Biebrich huyó al extranjero en medio de una situación maquiavélica a la que se prestó Alejandro Carrillo Marcor su sustituto, después director de periódico oficial El Nacional. Moncada Ochoa disecciona cada caso a partir de los sucesos que provocaron la caída y enumera entre otros motivos, sublevación, malversación de fondos, pleitos partidistas, asesinatos, agitación, ineptitud. Hasta ahora todos los gobiernos derrumbados de su trono en Guerrero, han sido priístas si se disminuyen los pocos años que Aguirre se ostentó como perredista. Y en esa larga lucha por el poder, la situación de Guerrero ha ido empeorando.
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