“Es mucho más probable que a la gente le atrajera sexualmente más la ropa fina y bella que la piel… esa piel que los trabajadores dejaban al descubierto en las calles o la que veían en las salas de baños”.
“Shunga es arte profundo. No es lo mismo que simple pornografía”, asegura Aki Ishigami de la Universidad Ritsumeikan de Kioto. Afirma que a menudo las mujeres disfrutaban de las imágenes y que formaban parte del “arte del mundo flotante” que se inspiraba en el llamado “Distrito del Placer” de Tokio, en el que músicos, actores y prostitutas entretenían a clientes.
“Todos son bellos o se vuelven bellos. Hay algunas historias de personas vanidosas forzando a quienes las rechazan pero, en la mayoría, el Shunga celebra lo que puede llamarse, anacronisticamente, una especie de amor libre, algo que sabemos casi con certeza que no existía en ese tiempo”.
A veces, a las jóvenes japonesas les regalaban álbumes de Shunga antes de que se casaran, para darles una idea de lo que les esperaba en la noche de bodas.Sin embargo, la historiadora de arte Majella Munro puntualiza que, a pesar de que Shunga jugaba un papel en la educación sexual, ese no era su principal objetivo. “Las impresiones Shunga no eran costosas y las compraban coleccionistas de la clase media urbana; son artefactos de la cultura popular de la época”, le dice a la BBC.
En la realidad, la prostitución era generalizada en Edo, como se llamaba la Tokio moderna temprana. Familias pobres le vendían las jóvenes a traficantes sexuales. Las enfermedades venéreas y embarazos no deseados eran comunes.
Las primeras imágenes Shunga que llegaron a Reino Unido venían en una carga de un barco llamado Clove, de la East India Company, que retornaba de un pionero viaje a Japón en 1614.